Caminar por la cuerda floja

  • 21 mayo, 2013
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La noticia te pilla por sorpresa. Sabías que era una posibilidad. Durante los últimos días, la sombra de esa posibilidad ha planeado por tu mente, como una figura espectral que silenciosa y vorazmente, espera su momento para abalanzarse sobre ti. Pero, a pesar de todo, cuando las palabras del médico han materializado esa sombra, has sentido como si te golpearan con una maza. Te has dejado caer sobre la butaca hasta casi fundirte con la piel sintética que la recubre.

 

No sientes dolor. Tampoco ira, ni incomprensión. Sencillamente no crees las palabras que acabas de escuchar, el demoledor diagnóstico que acaban de darte. No es a ti  a quien hablan. De hecho, no tienes la sensación de que el médico hable en realidad. Y si, habla, sus palabras se te antojan ininteligibles, congeladas en mitad de la nada.

 

Después, han llegado los pormenores del proceso. Sabes que no es más que un homenaje al eufemismo, una forma edulcorada de describirte el infierno que te espera a partir de ahora. Pero tú no escuchas, hace ya un buen rato que dejaste de escuchar. Tampoco te mueves. Todo parece al margen, tú estás al margen de una realidad que no sientes como tuya, que parece difuminarse en una niebla espesa. Estás allí, pero no crees estarlo. Tu mujer, el médico, incluso la consulta parecen existir a tu alrededor y, sin embargo, dudas de su existencia.

 

Pero al fin te levantas. Tu mujer te coge del brazo y ambos camináis por el estrecho e interminable pasillo del hospital. Avanzáis en silencio. No hay palabras, en ese mismo momento, que puedan ayudar, que sirvan para nada más que para complicar las cosas. Así que, únicamente el sonido de vuestros pasos, y el eco que les responde, ocupan ese silencio.

 

Una vez fuera, te recibe un cielo gris y lluvioso. Podrías pensar que se trata de un presagio, de una metáfora de lo que esconde tu espíritu; que ese es el color que le espera a tu futuro. Pero nunca creíste en presagios, y no vas a empezar ahora. Debes continuar. Por ti. Por tu mujer. Por los niños. Por cada persona a quien importas.

 

Sabes que la moneda está en el aire. Puede salir cara. Puede salir cruz. Nada es seguro. Nada, salvo el hecho de que lucharás. Porque luchar es el único camino que conoces. El único que te ha abierto puertas en el pasado. Sí, sabes que cuando uno camina sobre la cuerda floja, corre el riesgo de caer. Y, sin embargo, piensas que, si pierdes el equilibrio, siempre te quedará la posibilidad de agarrarte a la cuerda para recuperar la verticalidad. Todo túnel, por oscuro que sea, ofrece una luz al final. Es en eso en lo que debes pensar. No queda otra alternativa. No te queda otra alternativa.

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