Las plantas tintóreas: el tornasol, Chrozophora tinctoria
- 25 julio, 2024
- Comentarios
Bajo la denominación de plantas tintóreas se incluyen aquellas que contienen pigmentos que se han utilizado, de una manera u otra, para dar color de forma principal a los tejidos, pero también a alimentos u otros soportes. Esto me lleva a reflexionar sobre el poder que ejerce el color en los seres humanos como una herramienta diferenciadora. Los aficionados al fútbol reconocen a todo un equipo –y también la historia completa de fechas, nombre e hitos que lo definen– pronunciando únicamente la palabra “azulgrana” o “albiceleste”. También somos capaces, según el contexto, de responder a la pregunta ¿cuáles son tus colores? En el terreno político, pasa lo mismo, escuchamos a los periodistas refiriéndose a unos y otros como, la formación morada, los verdes, los rojos o los azules; incluso se utilizan colores para apoyar a causas sociales, como el caso del “rosa claro” como símbolo de la lucha contra el cáncer de mama. Así, podría citar numerosos ejemplos donde un sólo color –o muchos colores– puede representar tendencia sexual, amor, peligro, miedo, solidaridad, tranquilidad, poder y un amplio rango de emociones; atributos que, curiosamente, les hemos otorgado los humanos. El hecho que el rojo sea peligro y el azul celeste nos proporcione paz y tranquilidad debe estar en la genética de nuestro sistema nervioso. De ello se deduce el gran poder que tienen los colores y, por ende, la importancia que a lo largo de la historia ha tenido encontrar en la naturaleza (ya sea en el mundo mineral, animal o vegetal) sustancias capaces de colorear.
La dificultad de obtener alguno de estos pigmentos, por su rareza, también le daba un valor añadido al textil teñido. Un claro ejemplo son los mantos de color púrpura destinados al alto clero. Este pigmento se conseguía a partir de la tinta de unos caracoles marinos; las ropas teñidas de este color eran de un coste elevado y, por consiguiente, a quienes las portaban les confería poder y divinidad. El rojo carmesí, conocido como kermes, muy apreciado en tiempos de los romanos, se obtenía triturando la cochinilla de las coscojas (Quercus coccifera L.). Posteriormente, después del descubrimiento de américa, se abarató y popularizó con la entrada en España del cultivo de la Chumbera (Opuntia ficus-indica (L.) Miller) para la cría de la cochinilla; no es la misma especie que la de la coscoja, pero el fin el mismo.
A lo largo de la historia encontramos muchas historias y anécdotas relacionadas con los colores, como la aparición de la zanahoria naranja que se “creo” –a base de cruces genéticos– para honrar a la dinastía holandesa de los “Orange”, y posteriormente se convirtió en un símbolo político. También los tintes han encerrado peligros: el verde arsénico se hizo muy popular entre las damas del siglo XVIII por el brillo que aportaba este veneno a los tejidos, pero que no sólo se utilizó en vestidos, guantes y zapatos, sino que también se empleó para empapelar paredes y encuadernar libros… siendo finalmente la causa de muerte de muchas personas.
Sin embargo, los colores no entienden de emociones, ni las plantas que producen esas sustancias son conscientes de que sus pigmentos van a ser utilizados como tintes; pero la agudeza del ser humano, la observación, la prueba y el error, y la siempre búsqueda de cosas nuevas nos han llevado a utilizarlos en nuestro beneficio. En el término de Villena podemos encontrar alguna de las especies utilizadas para este fin, pero de todas ellas voy a destacar tres, ya que son las que han sido bautizadas con el epíteto de “tintóreas”. Estas son: el tornasol, Chrozophora tinctoria (L.) A. Juss., la rubia roja, Rubia tinctorum L., y la palomilla de tintes, Alkanna tinctoria (L.) Tausch. Los tintes naturales eran los únicos que se utilizaban para teñir hasta que, en el siglo XIX el químico William Henry Perkin descubrió por accidente el primer colorante sintético de la historia: el de color malva. A partir de ahí se abrió una industria importantísima de tintes sintéticos.
El tornasol o Chrozophora tinctoria (L.) A. Juss. es una planta anual, no muy común en nuestro término, y tanto el nombre del género como el epíteto específico hacen referencia al color. Por un lado, el género en griego se forma a partir de Chrozo- (que significa “colorear, pintar”) y –phora (que significa “que porta”), mientras que el epíteto específico tinctoria (del latín tinctorius), que significa “que sirve para teñir o tintar”. Tiene un origen Mediterráneo y se extiende por Asia y África, creciendo sobre suelos calizos. Pertenece a la familia de las Euphorbiaceae, y como todas ellas no tiene unas flores muy llamativas, de manera que tanto las flores masculinas como las femeninas están en grupos separados, pero en la misma planta. Sus frutos son más llamativos y característicos, y están recubiertos de verrugas. Toda la planta está cubierta pelos blancos en forma de estrellas y muy cortos, que le dan un aspecto aterciopelado; contiene una savia lechosa cáustica, como muchas de las especies de esta familia, por lo que hay que manipularla con cuidado; dicha savia produce quemaduras por contacto, que además son fotosensibles (se activan con la luz del sol), de modo que la combinación de ambas propiedades produce lesiones graves en la piel. Ha sido utilizada desde antiguo para teñir sedas y otros tejidos, y de ella se extrae el tinte denominado tornasol, que se utiliza ampliamente –sobre todo en los laboratorios químicos– para las reacciones ácido-base, ya que tiene la particularidad de virar de color según se encuentra en medio ácido (rojo) o en medio básico (azul).
En este punto nos podríamos plantear: ¿qué es mejor, utilizar tintes naturales o utilizar tintes sintéticos? La respuesta que a bote pronto nos parece obvia es utilizar tintes naturales; pero en la sociedad actual donde vivimos, donde el sistema de producción es de usar y tirar, sería una industria insostenible. El exceso de producción y consumo también afectaría al medio natural, por lo que el primer debate no está en usar tintes naturales o sintéticos, sino en producir y consumir menos; esto es lo que realmente nos llevaría a tener un impacto menor sobre la naturaleza y entonces el consumo de tintes naturales sería sostenible.