Homicidio indecente

  • 7 julio, 2024
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Homicidio indecente

Intentaré ser claro y rotundo al mismo tiempo. Desde nuestra más tierna infancia, nos inoculan un virus que nos acompañará toda la vida sin que durante la mayoría del tiempo seamos conscientes de ello. Cómodamente instalado, queda en estado semi latente activándose en determinados momentos, según nuestras acciones.

Este virus tiene nombre y apellido: normalidad patriarcal y tiene como única función vigilar que el orden individual -con sus lógicas derivaciones sociales- se mantenga sin fisuras. No nos creará problema alguno si cada quien tiene claro su papel en la sociedad: en cualquier ámbito social, debe existir una jerarquía de Poder y en la cúspide, la figura masculina. Siempre. Y en la zona inferior, la mujer.

Para afirmar esta estructura concisa pero poderosa, toda persona es educada en el cumplimiento de determinados roles preestablecidos. El liderazgo conlleva siempre autoridad, seriedad y capacidad de gestión, mientras que el estamento inferior se debe caracterizar por la obediencia, sumisión y lealtad. Cierto es que, con el paso del tiempo, han existido modas en las costumbres, vestimentas y, hoy en día, en el uso de la tecnología; modas que son aceptadas siempre y cuando sean superficiales, sin pretender trastocar lo esencial: la jerarquía de mando.

Así ha sido, así es y así debe ser. 

Lo único que puede preocupar al virus es que seamos conscientes de que lo tenemos muy insertado en nuestros esquemas mentales y queramos desterrarlo. 

Llegado ese momento, el virus se revolverá y atacará despiadadamente. El hombre es el elegido para actuar y se convierte -paradójicamente, abandonando su papel dirigente, justificado por la gravísima situación existente- en verdugo obediente y sumiso: humillará, insultará y despreciará a quien ose quebrar el orden. Si no es suficiente y la rebeldía continúa, llegará la pena máxima: la muerte. Con ella, el virus quedará satisfecho, pero no completamente. 

Desconfiado, mantendrá cierta preocupación hacia su leal verdugo por existir la posibilidad de haber sido contagiado. Mejor terminar cuanto antes: el verdugo se convierte en víctima. Con el suicidio, el ciclo quedará cerrado. Ahora sí. Todo volverá a tener sentido.

Corolario: la naturaleza humana se define por poseer la inteligencia, es decir, tiene la capacidad de analizar la realidad y transformarla. De ahí la gran importancia del acceso al conocimiento porque la ignorancia no construye; es el aliado perfecto para el virus de la normalidad patriarcal. 

La apuesta por el conocimiento se convierte en el primer paso contra esta pandemia vírica patriarcal, heroico sin duda alguna porque se ha de ser consciente de que conseguir cuotas de libertad humana no saldrá gratis; regueros de sangre y dolor llevan mucho tiempo surcando el camino hacia ella. 

Fernando Ríos Soler

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