Con resaca emocional
- 22 junio, 2024
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Todavía con la resaca emocional a cuestas y con “El zarpa el amor” retumbando en mi cabeza (y por más que lo intento no se aleja de mí un segundo), me siento a escribir estas líneas.
A mis neuronas les cuesta procesar el torrente de emociones que se agolpan no sé si en mi corazón, en mi estómago o en mis maltrechas rodillas. Ordenarlas se hace difícil, priorizarlas más aún.
Recuerdo los aplausos, sentir que el público se contagiaba de nuestra alegría, ver entre bambalinas a jóvenes bailarinas corear el estribillo de Camela, al tiempo que mis pasos respondían a los centenares de ensayos que nos costó llegar hasta allí, hasta las tablas del Teatro Chapí.
Hace cinco años publiqué un artículo titulado “Ellas, mis brillis”. Era la crónica de la primera vez que disfrutaba del festival de fin de curso de la escuela de danza de Mercedes Calabuig. Hoy vuelvo a afilar mi lápiz (menudo recurso estilístico para decir que aporreo el teclado del ordenador) con el único propósito de perpetuar en mi memoria que, en este junio de 2024, volví a bailar con alegría, a pesar de que mis piernas se negaron a obedecer a mi cerebro en un bendito paso, que ensayé una y mil veces, pero que con el telón corrido y el público delante, volvió a fallar. Pero no importó porque esa conexión mágica que a veces se produce con quienes están sentados en sus butacas sucedió como si fuese un flechazo, desde el primer segundo.
De repente, cobraron sentido los madrugones de los domingos para ensayar una y dos y tres veces… Superar la pereza de algunos martes por la noche -sobre todo los más fríos- y hacer un último esfuerzo para sacudirse el cansancio de todo el día y calzarse las zapatillas.
La conexión con el público, en ambas sesiones, fue un chute de energía. Una inyección emocional para unas mujeres a las que les gusta disfrutar. Unas mujeres que saben saborear la vida sacando lo mejor de los buenos momentos y plantándole cara a los sinsabores. Bailar ha conseguido forjar una comunión, entrelazar unos lazos imperceptibles, pero que ahí están. La danza logra hacer que los corazones bombeen al unísono y así crear una orquesta de emociones. Es la magia de un arte que consigue hacer vibrar a los sentidos y conectar almas.
Así, cinco años después, cierro esta seudocrónica que algunas reclaman cada festival y sé que se ha hecho esperar, proclamando que Las Brillis brillaron un año más y este, con más alegría. Que nos faltó Ana, porque este año su hija se casa hoy y hay acontecimientos que están por encima de cualquier festival. Que la pandemia y asuntos personales han hecho que el grupo quedara mermado y que la mitad de las componentes que lo formaban aquel día ya no estén, pero que no hay año en que no las echemos de menos.
Aseguro que este año vi poco el festival, pero me sorprendieron las palabras de Procopio, y mucho más su baile. Me encantó verlo brillar sobre el escenario porque disfrutar de los momentos memorables de la gente a la que tienes cariño y con la que compartes camerino es impresionante. Y porque él y todo su grupo bailaron muy bien, ¡qué gozada! ( por no decir una expresión malsonante que sería politicamente incorrecta, pero que expresaría mejor la emoción).
Y es que no lo puedo evitar, se me van los ojos detrás del “Urbano”, que no dejó de reconocer el arte y la técnica de las de “Español”, pero nada mejor que la danza urbana para ahuyentar los malos espíritus y cargarse de energía.
Que las profesoras, tanto Mercedes como Ana, estuvieron soberbias y que nosotras bailamos durante, después y seguiremos bailando y riendo porque va intrínseco en nuestro ADN Brilli.
Aquí me despido con un respetuoso saludo al público.