Erase una vez, un castillo y un juglar
- 25 marzo, 2024
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No recuerdo exactamente cuando fue que me comprometí a traer de visita al Castillo de Villena a mis amigos de la facultad de derecho. Sí recuerdo que por aquél entonces no había ni oficina de turismo, ni visitas guiadas. Pasabas por el retén de la Policía Local, en el Ayuntamiento, por la puertecita estrecha que da a la fuente, dejabas un DNI y te entregaban una llave de las de antes, de esas de hierro, grande, con la que accedías al castillo sin ninguna traba.
Antes de eso también recuerdo que el castillo estaba abierto y que si no era por el portón, era saltando la muralla, los chiquillos se colaban en él para hacer trastadas. Dibujar corazones y escribir nombres, rallando la piedra de los muros, merendar entre las piedras o llevarse algún recuerdo como premio de la arriesgada incursión. Y que antes incluso fue expoliado, al menos sus muros, los propios y los de las murallas, y que lo expoliado forma parte de algunas construcciones aledañas. Supervivencia.
Pero no, no fue entonces cuando vinieron, que por unos y por otros, por estas o aquellas cosas que nos complican las vidas, se fue dejando, se fue dejando y nunca llegaba la visita al castillo a pesar de que era “chascarrillo” inevitable en cada conversación. La visita “prometida” que no llegaba a hacerse realidad. Conocerlo lo conocían porque es imposible no mirarlo cuando pasa uno por la autovía, imponente. Pero una cosa es verlo y otra distinta, visitarlo.
Hasta este mismo momento en el que bien por las fuerzas telúricas del marquesado que fue principado, por los hechizos y conjuros de brujas y celestinas, los cánticos de trovadores, las danzas moriscas, o quizás por todo eso o quizás solo por casualidad, después de veintipico años, que se dice pronto, saldaba yo mi cuenta con la visita al castillo de Villena y se producía el rencuentro de este grupo de amigos que lo siguió siendo pese a la distancia. Y además encontraron la ciudad sumida en el sueño medieval con lo que la visita a la Atalaya gana espectacularidad.
¡Bueno, que alegría! Tanto tiempo, cómo estás, cómo hemos cambiado. ¿Estos son vuestros hijos? Madre mía, pero si casi tienen la misma edad con la que nosotros nos conocimos. Hay tanto que contar y tanto que ver…¿Por dónde empezamos? La lluvia retrasó el recorrido turístico pero nos dio ocasión de ponernos al día de nuestras cuitas, trabajos y también a rememorar nombres y motes e historietas. Entonces no lo sabía pero ahora que lo veo con suficiente distancia, qué felices fuimos, pese a lo penoso de nuestra carrera, cuánto nos reímos y cuántas cosas nos pasaron.
De la lluvia nos resguardamos en algunos de los “locales”, ahora posadas, refugios, hospederías etc en los que se hizo notar la hospitalidad y camaradería de los de Villena. Comimos, bebimos, reímos y visitamos, por fin, el castillo. Dimos un buen paseo por el barrio, creo que los saturé de información, pero tenía tantas cosas que contarles después de estos veintidós años mínimo sin vernos…
Dicen de los de Villena que los habemos en todas partes. Ahora también puedo decir que los de Villena son conocidos en todas partes, y que como en la antigüedad, nuestra ciudad, noble y leal, sigue siendo punto de encuentro de poblaciones y culturas varias. Porque tiene gracia que mi amigo se encontrara casualmente con un chaval al que había dado clase en la autoescuela de Orihuela. Una niña reconoció a un amigo pese a andar armado de caballero hasta los dientes, con una robusta armadura, con la misma que viajó a Toledo en autobús. Si existe algún anecdotario sobre las fiestas del medievo, esta debería ser una de las que habría que escribir.
Al anochecer, los amigos marcharon a casa, supongo que cansados por el madrugón y saturados de gente, de barullo, pero creo que volverán. Ahora queda la puerta abierta para otra quedada, donde sea. Llegaron a casa sanos y salvos, por la mañana intercambiamos fotos del día anterior y nos volvimos a dar mutuamente las gracias, desde el corazón. Habrá una próxima, y pronto.
Para aquel letrado estirado que una vez me preguntó a que tanto llenarnos la boca con Villena, si sólo teníamos un castillo, chincha rabia que tenemos mucho más.
Después de la intensidad del sábado, el domingo lo tomamos con más calma, acudiendo a la ineludible cita con Los Juglares del Lute. El mal tiempo impidió que pudieran ocupar el espacio en el que por tradición hacen su puesta en escena, El Teatro Conde Lucanor. El que anunciaron que en principio sería escenario por un día para que fuera accesible a todo público, “El refugio del burgués” (más conocido como la casa de los Maseros) lo fue para todo el fin de semana. Cuatro funciones con las que, un año más, sorprendieron a un público fiel que va creciendo en número, con su “teatro infantil para adultos”. Este capítulo con mayor dosis de teatro infantil por la incorporación de jovencísimos artistas que ya apuntan maneras. Un teatro que parece que salga solo, una aparente improvisación cuidada al detalle, fresca y natural que, sin embargo lleva cociéndose algunos meses antes, dicen que para desesperación del juglar guionista y director. Un ejército de malotes desfilando a ritmo de “un dos, patatas y arroz” en medio de la mítica escena del balcón de Romeo, me meo, y Julieta. El mejor actor de nube que se haya visto nunca, un conejo azul, una hiedra parlante y un arbusto “aromático”, amén de un catalán algo despistado decidido a convencernos de que nuestro territorio forma parte de Cataluña, etimológicamente al menos, claramente las cuatro provincias Barcelo(na), Tarrago (na), Gero (na) y Ville (na). Lérida vino después, ya si eso.
Los juglares Gandía Navarro y elenco, muy muy grandes. Fuerte el aplauso para los comediantes. Patrimonio inmaterial de Villena.
Y colorín colorado, el cuento del castillo y el juglar, se ha acabado. El año que viene, a por más. Porque Villena tiene la fama, pero la fama cuesta…!Ay, si nos quisiéramos un poquito más!
PD. A aquellos a quienes prometí una chocolatada para la Inmaculada Concepción, se vayan preparando que este año, les cumplo.