La campana de la esperanza
- 22 noviembre, 2023
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Salió de la consulta con un extraño sentimiento de contención. Había imaginado cientos de veces aquel momento, había ensayado en su mente cómo reaccionaría, de qué manera dejaría escapar todos esas sensaciones contradictorias, la mayoría de ellas negativas, que se habían ido añadiendo al cóctel emocional que había agitado su interior durante los catorce largos meses de tratamiento.
Al fin y al cabo, había sido una carrera de fondo plagada de obstáculos en busca de una meta que en ocasiones parecía lejana, pero siempre presente en su cabeza. Ahora, la meta había sido alcanzada y ella no sabía bien cómo sentirse.
De lo único de lo que estaba segura era de que no quería volver la vista atrás. Por eso, cuando pasó junto a la sala de quimioterapia, ni siquiera dedicó un segundo en mirar a través del cristal de la puerta entreabierta, ni siquiera una furtiva ojeada a aquellas cuatro paredes que habían sido testigo de una parte importante del penoso proceso al que se había visto empujada involuntariamente.
La meta había sido traspasada y, al otro lado, había un camino que recorrer, otras metas que alcanzar, una vida por sentir lejos de hospitales, tratamientos y lágrimas. Una existencia, la suya, que le ofrecía una nueva oportunidad, que le mostraba la luz al otro lado de la oscuridad.
Durante todo ese tiempo, en más de una ocasión se preguntó por qué ella, por qué a una niña de apenas doce años. Maldijo una y mil veces su mala suerte. Aprendió a madurar con ayuda de la desgracia, de la amargura, pero también al constatar que el amor de la gente cercana no tenía límites. Seguía siendo una niña, pero en muchos aspectos ya no lo era.
Recorrió los últimos metros del pasillo y se situó frente a la campana. A un lado y otro, expectantes, aguardaban sus familiares, pero también otros rostros conocidos, los del personal que la había atendido durante la enfermedad, que había estado con ella, mostrándole profesionalidad, pero también cariño.
Hubo dudas y hubo un silencio tenso. Pero luego, se dejó llevar. Asió con fuerza la cuerda y comenzó a agitarla sin contemplaciones mientras dejaba que algo en su interior se liberara al fin. Lloró como no recordaba haberlo hecho, como cuando era muy pequeña y se hacía daño. Lloró convencida de que todo mal se había vencido. Lloró como única forma que tenía para expresar gratitud a todas aquellas personas que ahora aplaudían y se emocionaban con ella.
Cuando subió al coche de regreso a Villena, se dejó ir un momento tras las emociones vividas. Cerró los ojos y todavía pudo escuchar los tañidos como ecos en la lejanía. En ese momento supo, sin ningún género de dudas, que la campana había estado sonando todo ese tiempo, mostrándole la luz en mitad de la oscuridad, guiándola hacia esta meta que acababa de traspasar.
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Muy entrañable y sentido. Jodido cáncer!!!!!!